La atención médica del adolescente (10 a 19 años) se ha convertido en un área en crecimiento en muchas especialidades, especialmente durante las tres últimas décadas. Tanto es así que hoy se considera pediatría hasta los 18 años. Hay dos aspectos importantes que deben tenerse en cuenta. En primer lugar, los adolescentes tienen necesidades médicas y emocionales específicas que no son consideradas actualmente por lo pediatras ni por los especialistas de adultos. En segundo lugar, algunos problemas de la infancia, en particular las malformaciones congénitas, no tienen equivalente en la vida adulta, por lo que estos pacientes deben controlarse toda la vida.
En todo el mundo, el aumento en la sobrevida de los niños con malformaciones congénitas mayores y enfermedades adquiridas de la infancia, está produciendo una generación de individuos que tiene todas las características habituales de la adolescencia en combinación con las consecuencias propias de su enfermedad de base. Por todo esto, la organización del cuidado de estos pacientes es un problema importante para la sociedad y para los médicos.
En los últimos años, países desarrollados como Estados Unidos detectaron que su gasto anual en familias de padres adolescentes es cercano a US$ 20 billones; los costos carcelarios de delincuentes adolescentes son aproximadamente de US$ 1 millón per cápita, lo que se asemeja a los gastos de rehabilitación de un drogadicto de semejante edad. Si a lo anteriormente expuesto se suman los gastos en salud en adultos que presentan patologías que pudieron haber sido prevenidas en la etapa de la adolescencia, se hace evidente que urge establecer adecuados programas específicos de prevención de salud para esta etapa de la vida.
Otro hecho relevante es aquel que ocurre con aquellos pacientes pediátricos que padecen enfermedades crónicas como asma, desórdenes endocrinológicos, alteraciones quirúrgicas y urológicas, entre otros, que deben seguir en control por largo tiempo. En el actual sistema son derivados a médicos de adultos, quienes los atienden sin lograr un cabal entendimiento de la larga historia anterior de ese joven y muchas veces sin lograr empatía con el paciente, quien presenta desconfianza de su nuevo médico y entorno.
Esto motiva al joven y a su familia a intentar regresar donde su médico y centro pediátrico tratante, lo que lamentablemente no está permitido. O, peor aún, genera en el joven una sensación de desamparo que, sumado a una inestabilidad emocional característica de la edad, provoca un abandono de los controles médicos, creando mayores problemas de salud en la etapa adulta. Lograr que los pacientes crónicos se adhieran a sus controles disminuirá considerablemente los problemas de salud en su vida adulta.
Treinta años han pasado desde el nacimiento del término “urología adolescente” y las necesidades e intereses de esta área se encuentran bajo constante crecimiento. Esto es principalmente por el tratamiento y cuidado exitoso ofrecido durante la edad pediátrica, para lograr en primera instancia la sobrevivencia del paciente y luego la funcionalidad, y por el aumento diario de la expectativa de vida provocando un deseo de normalidad completa, ya sea en apariencia, función urinaria, sexual y/o reproductiva.
El daño renal asociado a muchas malformaciones urológicas congénitas ocurre desde la vida fetal y pese a la corrección de estas anomalías poco después del nacimiento (o incluso in útero), muchas veces la función renal no logra recuperarse, pudiendo aparecer hipertensión arterial e insuficiencia renal años más tarde. Por lo tanto, la evaluación de la función renal debe ser una parte integral de la atención de los adolescentes, puesto que el mayor anhelo de estos pacientes es vivir una vida normal, ser independientes y capaces de contribuir a la sociedad logrando, cerca del 65% de ellos, desarrollar con éxito una profesión, lo que incide directamente en una mejor calidad de vida para ellos.
La labor principal del urólogo es, entonces, la preservación de la función renal, creando un reservorio urinario seguro y a baja presión que asegure un buen funcionamiento renal y completo vaciamiento vesical, además del correcto funcionamiento de la urología de los genitales. Dentro de esto, los objetivos en el cuidado de los pacientes en transición son:
1) la preservación de la función desde un punto de vista multidisciplinario que incluya urólogo, nefrólogo, ginecólogo, endocrinólogo, radiólogo y psicólogo.
2) Seguimiento e intervenciones de por vida.
3) la transferencia del cuidado de los padres hacia un auto-cuidado.
4) preparación hacia la vida adulta, incluyendo la función sexual y reproductiva.
La formación de redes a lo largo de sus vidas que incluyan urólogos pediátricos y su contraparte, ya sea adolescentes o adultos, es el siguiente paso de cuidados para los pacientes. Para ellos, este momento de sus vidas es crucial, requiriendo más apoyo debido a que están reafirmando su personalidad, su confiabilidad y experimentado fenómenos tales como la sexualidad. Esto hace que necesiten sentirse especialmente acompañados durante este período.
Por esto, en varios países ha sido creado un policlínico de transición con el objetivo de lograr un traspaso de pacientes urológicos complejos desde el servicio de urología pediátrico-adolescente hacia el servicio de urología de adultos en forma paulatina, acogedora, eficiente y evitando al máximo las posibles complicaciones en sus vidas. Los niños y sus familiares están acostumbrados a una educación, cuidado social y soporte familiar recibidos durante la infancia, puntos que deben ser cubiertos durante este período de transición. Se trata de una fase importante en la vida del adolescente, que ve un cambio dramático en la relación médico paciente que se hace cargo de sus decisiones y cuidados.
El objetivo es lograr un seguimiento clínico por el resto de sus vidas y no sólo durante su adolescencia. Para el buen cumplimiento de esto es vital el trabajo conjunto entre los urólogos pediatras y los urólogos de adolescentes o de adultos y así poder asegurar la continuidad del tratamiento iniciado desde, incluso, el periodo de recién nacido.
Se debe entregar y explicar la –a veces– larga historia personal y médica del paciente y de su familia, la enfermedad que presenta, los tratamientos que se han realizado, destacando las cirugías reconstructivas previas, y complicaciones enfrentadas durante la infancia, ya sea médica o quirúrgica y los planes a futuro que se plantean, sobre todo en pos de prevenir el deterioro de la función renal y vesical. Así, el adolescente ve que su equipo tratante habitual lo acompaña en esta nueva etapa y eventualmente estará ahí por alguna necesidad. También permite que el equipo que seguirá con este paciente se interiorice de todo lo relacionado a él, facilitando el entendimiento de patología desconocidas para ellos, y contando con apoyo en caso de nuevas dudas o interrogantes. Esto puede lograrse incluyendo urólogos adultos en el ambiente pediátrico y/o coordinar el movimiento hacia un ambiente hospitalario adulto con los especialistas que lo tratarán por el resto de su vida, es decir, otros 50 a 60 años.
Agregar un comentario