Patricio herrera

La apendicitis aguda es un cuadro doloroso abdominal que puede presentarse en cualquier momento de la vida. Primero, el dolor es difuso y luego, después de unas horas, se hace fijo en la parte baja del abdomen a la derecha. Las náuseas y vómitos son frecuentes, pero no constantes, y la fiebre no es parte de la enfermedad, pero en la medida que esta avanza aparece como parte de la peritonitis apendicular.

El diagnóstico se hace en el servicio de urgencia o en la consulta del médico en base al cuadro clínico descrito, además del examen físico, pero se confirma con una ecotomografía abdominal que, poco a poco, se ha instalado como una herramienta estándar en la confirmación pre operatoria de la apendicitis en pediatría.

Es una enfermedad que se trata con cirugía, la que consiste en remover el apéndice y cerrar su comunicación con el ciego. Esta puede ser hecha por vía tradicional o laparoscópica, convirtiéndose esta última en la vía de elección desde hace unos años, debido a las ventajas en cuanto a intensidad del dolor postoperatorio, menor cantidad de cicatrices, mejor recuperación de las heridas y una menor incidencia de obstrucciones intestinales a lo largo de la vida.

Al momento de la cirugía se pueden enfrentar dos escenarios clínicos diferentes: uno en el que el apéndice no esté perforado o, que por el contrario, esté perforado. Dependiendo de la presentación cambiará la frecuencia de las complicaciones, necesidad de antibióticos y duración de la hospitalización, tal como se ve en la siguiente tabla.

Complicaciones infecciosas Tratamiento antibiótico Hospitalización
Apéndice No perforado 5-8% 24 hrs 24 a 36 hrs
Apéndice perforado 25-30% 5 a 7 días 3 a 7 días

 

La cirugía laparoscópica puede realizarse a través de un puerto único, también conocida como SILS. En esta, solo se usa la cicatriz umbilical como acceso para extraer el apéndice y luego se cierra, dejando una marca al fondo del ombligo, la que luego de un par de semanas no se distingue de la original, es decir, el paciente queda sin defectos en la piel. Lamentablemente, esto es factible en aproximadamente un 70% de los casos, dado que el 30% restante necesita otros accesos para hacer un buen aseo, o para liberar el apéndice de una posición inhabitual. En ese caso, él o la paciente, además del acceso umbilical, va a tener otros en la línea superior del pubis

Finalmente, el apéndice debe ser estudiado al microscopio, es decir, debe ir a biopsia para determinar la causa de la apendicitis. Dentro de ellas es frecuente que se encuentre una de las siguientes:

  1. obstrucción por fecalito (piedrita similar a un cuesco de aceituna, conformado por deposición seca y dura)
  2. obstrucción por hiperplasia de los folículos linfoideos, similar a como crecen las amígdalas en un cuadro de amigdalitis. Los folículos presentes en el espesor de la pared del apéndice se hinchan y se topan unos con otros cerrando el lumen o “túnel” del apéndice.
  3. Obstrucción por parásitos. El más frecuente de todos es el Enterobius Vermicular u oxiuro conocido popularmente como piduye. Él puede reproducirse dentro del apéndice, formando un ovillo que tapa el lumen, desencadenando la apendicitis. Antes era más frecuente, pero hoy es cada vez menos común debido a que se ha aumentado el cuidado en la higiene de las manos.

Las complicaciones pre operatorias de una apendicetomía incluyen el componente infeccioso del cuadro que puede comprometer intensamente al paciente producto de la deshidratación e, incluso, producto de sepsis al momento del diagnóstico. El retraso en la certificación aumenta la probabilidad de que se agrave la infección. Dentro de las complicaciones post operatorias se encuentran los abscesos residuales, la infección de la herida operatoria y la obstrucción intestinal.

El pronóstico de la apendicitis aguda es excelente en pediatría. Las tasas de complicaciones en apendicitis no perforadas alcanzan un 2 a 8% y un 20% para aquellos casos en los que se presenta el apéndice perforado. Una vez que se realiza la apendicetomía, el paciente enfrenta rápidamente una mejoría evidente, pudiendo reincorporarse a sus actividades básicas pocos días después y, a las deportivas, 2 o 3 semanas post cirugía.

 

 

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La colelitiasis se refiere a la formación de cálculos en la vesícula biliar. Estos están compuestos de calcio, fosfatos, sales biliares o pigmentos. Su tamaño, forma y cantidad puede variar en cada paciente.

Chile tiene una de las poblaciones mundiales con mayor predisposición a esta enfermedad producto de las presencia de un componente genético que hace que la cantidad de sales biliares sea menor en comparación a la que tienen en otros países. Esta deficiencia conlleva a que el organismo tenga una disminución en la capacidad para disolver los pigmentos y el colesterol, favoreciendo la aparición de cálculos.

La vesícula es un órgano que se ubica por debajo del hígado. Su función es acumular la bilis para eliminarla, con fines digestivos, cuando llega comida. Este fluido es el encargado de emulsionar las grasas, es decir, convertirla en pequeñas gotas que pueden ser mejor procesadas por los jugos digestivos.

Habitualmente, la colelitiasis se presenta de forma asintomática, pero cuando el cálculo se impacta en el conducto cístico, que comunica la vesícula con la via biliar principal o colédoco, se produce colecistitis aguda, o sea, inflamación de la vesícula producto de que la piedra hace las veces de tapón y la bilis queda dentro del órgano impidiendo que circule y, provocando la inflamación e irritación de este.

Los síntomas de la colecistitis aguda incluyen dolor abdominal intenso que puede irradiar hacia la espalda, sobre todo, bajo el omóplato derecho. También se presenta con náuseas y vómitos constantes y el paciente intenta moverse lo menos posible para calmar el dolor. Generalmente, acude a la urgencia donde es tratado con antiinflamatorios y relajante muscular suministrados de forma intravenosa, pero que no remedian la enfermedad, sino que controlan el dolor. La solución definitiva consiste en extirpar la vesícula biliar a través de una colecistectomía.

La operación a la vesícula implica sacarla, ya que no es posible de reparar, pues cualquier irregularidad en el órgano, tal como una cicatriz, puede convertirse en el punto de partida para un cálculo biliar. Idealmente la cirugía se hace en condiciones basales, sin inflamación y con el diagnóstico hecho por ecografía. Sin embargo, en ciertas ocasiones se realiza el procedimiento en pacientes que presentan colecistitis aguda, lo que hace la cirugía algo más desafiante.

Una vez diagnosticada la colelitiasis es importante solucionarla quirúrgicamente, ya que la demora puede acarrear complicaciones. La más frecuente es que con la inflamación se adhieran asas de intestino, dificultando la cirugía. Otra de ellas, es la pasada de uno de los cálculos al colédoco, lo que produce riesgo de pancreatitis, enfermedad inflamatoria destructiva del páncreas muy grave. Esto puede ser problemático para la cirugía pues si hay vísceras adheridas es imposible realizarla de manera laparoscópica, pues hay que liberar la vesícula con los dedos.

Hoy, la colecistectomía se realiza a través de un procedimiento laparoscópico que tiene una duración aproximada de una hora y media. Generalmente, el paciente queda hospitalizado de un día para otro, en observación, para prevenir posibles complicaciones. Además, es común que sientan náuseas y presenten vómitos durante el primer día post operatorio. El segundo día, si toleran bien la dieta liviana pueden ser dados de alta, pero es importante que cuiden su alimentación por dos semanas más y eviten hacer deportes durante el mismo periodo.

Sobre las complicaciones asociadas a la cirugía, la presencia de sangre o hemoperitoneo, la salida de bilis o biliperitoneo, al igual que la obstrucción de la via biliar son las más frecuentes.

La tasa de éxito de la operación, sin embrago, es muy alta alcanzando sobre el 90 por ciento de los casos y los pacientes pueden retomar su vida normal una semana después de la cirugía.

 

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Es un procedimiento quirúrgico que consiste en realizar una abertura artificial en el cuello, sobre el esternón, para permitir la entrada y salida del aire de los pulmones sin pasar por la laringe y boca. Inicialmente fue diseñada para situaciones de emergencia, para salvar la vida cuando se producía una obstrucción repentina de la vía aérea por infecciones o inflamación o, incluso, por aspiración de fragmentos de comida. Actualmente, su uso más frecuente es para brindar acceso estable y cómodo a pacientes que necesitan soporte ventilatorio por tiempos mayores a 10 a 15 días. En algunos casos se realiza de forma transitoria, ya que es un procedimiento reversible; mientras que en otros, es una solución permanente.

Generalmente, se ocupa en casos en los que existe una descoordinación entra la laringe y la faringe producto de un daño neurológico, también, por enfermedades inflamatorias como el Guillén Barré o a causa de la estenosis traqueal post intubación. La traqueostomía se realiza por debajo de la zona afectada, devolviendo el flujo normal de aire.

Tal como se mencionó, la traqueostomía puede ser permanente o transitoria, dependiendo de la enfermedad de base y las necesidades del enfermo. Si bien es un procedimiento habitual, el cuidado del tubo es un requisito básico en cualquiera de las situaciones ya que precisamente es este la conexión del paciente a la vida. Si se tapa con secreciones o se sale, el riesgo vital es inminente. Una vez realizada la cirugía, el tubo o cánula se debe cambiar semanalmente, la primera vez lo hace el cirujano. Luego, enfermeras de la UCI la reemplazan cada 15 días y comienzan a entrenar a la familia del paciente en el procedimiento, quienes se hacen responsables de mantener el tubo en condiciones adecuadas. Con el tiempo, el cambio se debe realizar, cuando menos, una vez al mes.

Las técnicas disponibles son la quirúrgica y la endoscópica percutánea. La segunda se realiza a través de una nasofibroscopía , y pinchando la tráquea desde afuera se introduce una guía en la vía aérea central. Sin embargo, este procedimiento conlleva el riesgo de que la tráquea se desplace. Por su parte, la técnica quirúrgica tradicional consiste en abrir la piel y disecar plano por plano hasta llegar a la tráquea para ponerle puntos, evitando que esta se mueva antes de introducir la cánula. El hecho de que la tráquea esté fija reduce los riesgos de una baja saturación.

Al igual que toda cirugía, la traqueostomía puede tener complicaciones asociadas. Una de ellas es la infección y el sangrado de la herida. La infección hace que la piel se abra y exude algo de líquido, pero solo presenta una incidencia de entre el 10 y 15 por ciento. Además, existen otros tipos de riesgos los que se clasifican en inmediatos y tardíos.

Dentro de las complicaciones inmediatas se encuentran:

Decanulación accidental: consiste en la expulsión fortuita del tubo. Generalmente se produce por movimientos del paciente o por los cambios de camilla cuando se realizan sin el cuidado necesario. Esto puede provocar la muerte del enfermo si es que ocurre al principio de la evolución post cirugía (en las primeras 2 semanas).

Neumotórax: En los pacientes traqueostomizados puede consistir en la filtración de aire desde la tráquea que se acumula alrededor de los pulmones. Otra de las causas podría residir en que la presión del ventilador mecánico, al que se conecta el paciente, sea muy alta haciendo que uno de los pulmones se perfore y salga aire llenando el espacio entre estos y la pared torácica. Como resultado, los pulmones se oprimen de manera que no pueden expandirse normalmente.

Granulomas, fístula con la arteria innominada y laringomalacia son, por su parte, las complicaciones tardías de una traqueostomía.

Granulomas: es frecuente que al intervenir la unión de la mucosa con la piel (ostomías) se produzcan pequeños defectos de cicatrización llamados granulomas. Estos consisten en tejidos inflamatorios con forma de “lengua” que pican y sangran constantemente tanto de forma interna como externa. Si aparecen en el exterior se queman con sustancias químicas o, también, se pueden extirpar. La mayor complicación está dada por los granulomas internos no solo por el sangramiento, sino que porque cuando cicatrizan completamente pueden reducir el calibre de la tráquea disminuyendo el flujo de aire.

Fístula con la arteria innominada: Una fístula es una comunicación anormal entre dos conductos. En este caso, uno es la tráquea y el otro es una arteria que viene directamente de la aorta. Se produce por una mala posición de la cánula que inflama la pared de la arteria. El tubo va presionando hasta que logra penetrar a la arteria y esta se rompe. En ese momento, sale bruscamente a través del tubo traqueostomía una gran cantidad de sangre que viene desde la aorta. La tasa de incidencia es muy baja, pero es casi 100 por ciento mortal.

Laringomalacia: se produce inflamación de los cartílagos de la laringe debido a un mal apoyo de la cánula en ellos. Esto provoca que las paredes de la laringe se ablanden, ocasionando estridor (sonido al inspirar), sin embargo, el mayor problema de este reblandecimiento es que la laringe funciona en base a su rigidez, por lo que, al sacar el tubo de la traqueostomía es probable que colapse “como una carpa sin varillas”.

El pronóstico de los pacientes traqueostomizados está dado por la enfermedad de base y su desarrollo, ya que el procedimiento en sí no tiene mayores complicaciones. Si un niño tiene un debilitamiento neurológico, probablemente tenga secuelas más graves que un niño con un sistema neurológico y un aparato locomotor normal. Estos últimos pueden seguir una vida habitual que incluye ir al colegio y practicar deportes. La única diferencia radicará en que en vez de respirar por la nariz y la boca lo hará por el cuello. Incluso, muchos pacientes logran fonación y si bien el sonido es débil y de menor volumen se puede oír y entender perfectamente.

El pronóstico en caso de obstrucción aguda por infecciones o aspiración de cuerpo extraño es excelente si la traqueostomía se logra hacer en el momento adecuado, pero es muy malo si se hace tardíamente, ya que puede producir una baja de la presión de oxígeno en la sangre de las arterias (hipoxemia) y con eventual daño cerebral para el paciente.

 

 

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Se denomina pectus excavatum o pectus carinatum a las malformaciones congénitas de la parrilla costal. El pectus excavatum se caracteriza por el hundimiento del esternón; mientras que en el pectus carinatum, el hueso protruye. Su incidencia es cercana 1 de cada 700- 1000 nacidos vivos y se ve más en hombres que en mujeres.

Debido a que esta malformación no tiene consecuencias funcionales la cirugía solo se recomienda por motivos estéticos ligados a las vivencias que experimentan los portadores de esta malformación. A menudo, los pacientes se sienten menoscabados sicológicamente producto de su apariencia y evitan realizar actividades en las que deban exhibir el torso, provocando aislamiento social. La recomendación, sin embargo, es realizar la intervención una vez que la parrilla costal termine su crecimiento, alrededor de los 13- 14 años, ya que si se realiza antes existen mayores riesgos de recidiva producto del potencial de crecimiento residual del esqueleto.

Existen básicamente dos técnicas quirúrgicas para la corrección del pectus. Una es la denominada técnica de Ravitch que consiste en cirugía abierta. En ella, se realiza una incisión en la zona anterior del tórax y se resecan los cartílagos de las costillas a ambos lados para fracturar el esternón y luego fijarlo con diferentes materiales en la nueva posición. La otra alternativa corresponde a la cirugía de Nuss y está clasificada como un procedimiento mínimamente invasivo. Se realiza una incisión a un lado del tórax para introducir una cámara, y luego insertar un instrumento largo que, tras pasar bajo el esternón, se extrae por el lado contrario, atravesando al paciente. Una vez que el túnel está preparado se retira el instrumento, dejando una cinta que marcará el camino por el que debe pasar la prótesis. A esta guía se le amarra una barra de titanio pre modelada por el cirujano en el exterior. Poco a poco se introduce siguiendo el camino trazado por la cinta y guiado por video toracoscopía. La prótesis tiene la convexidad normal del tórax por lo que, al girarla en 180 grados, el esternón se levanta desapareciendo el hundimiento. La barra queda fija a las costillas, como si fuera un frenillo, y el paciente debe permanecer con ella tres años. Una vez cumplido el plazo hay que retirarla en un procedimiento habitualmente corto y sin incidentes. Cuando esta cirugía se realiza a fin de resolver pectum excavatum, se denomina procedimiento de Abrahmson.

Las complicaciones asociadas a ambos tipos de cirugía se refieren a sangrado e infección de la herida operatoria. Además, con la técnica de Nuss se ha descrito riesgo de lesión en el corazón debido al paso de la barra, infección de la prótesis y desplazamiento de la misma. La recidiva también es uno de los riesgos, pero más frecuente en la cirugía de Ravitch con tasas que van entre el 15 a 20% de los pacientes operados.

El manejo post operatorio consiste en hospitalización durante aproximadamente una semana, con terapia para calmar el dolor que incluye el suministro de morfina por algunos días y luego, analgésicos según necesidad. El paciente puede regresar a su actividad normal 15 días después de ser intervenido, con cuidados de reposo relativo y evitando los golpes. La actividad deportiva puede retomarse a los 2 meses. Los controles con el cirujano se realizan semanalmente durante el primer mes; luego, 1 vez al mes, por 3 meses y a los 6 y 12 meses a fin de descartar complicaciones tardías. El paciente de la cirugía de Nuss es dado de alta una vez que se le retira la barra. Mientras que los pacientes sometidos a la cirugía de Ravitch continúan con controles hasta los 12 o 18 meses post intervención.

 

 

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Se define neumotórax como la entrada de aire en la cavidad pleural. El pulmón no está desnudo, sino cubierto por una membrana llamada pleura. Ella lo envuelve en un espacio cerrado, de forma tal de que si se lesiona el órgano y pierde aire, este se acumula produciendo presión contra el pulmón, porque el tórax no es expandible.

Es una de las enfermedades que tiene riesgo vital inminente. Los síntomas incluyen la sensación de falta de aire, y dolor punzante dentro del tórax, a cualquiera de los dos lados. La dificultad respiratoria es progresiva, es decir, una vez que comienzan los indicios de dolor y sensación de ahogo no desaparecen, por el contrario, se hacen cada vez más fuertes.

Lo habitual es que, producto de las molestias, los pacientes consulten en el servicio de urgencia. Dependiendo de la intensidad de la lesión pueden hacerlo a las pocas horas desde que se inicia el cuadro, o hasta dos o tres días a partir del momento en el que aparecieron las molestias, dependiendo del flujo de aire que salga desde el pulmón. El diagnóstico clínico es fácil y se confirma con una radiografía de tórax en la que se ve de forma evidente el aire acumulado. Para solucionarlo, se pincha la pleura a fin de descomprimir el pulmón. Una vez que se realiza la descompresión desaparece el riesgo vital.

Los neumotórax espontáneos se clasifican en primarios y secundarios. Los primarios se dan en pacientes sin lesiones pulmonares ni otras enfermedades conocidas. Generalmente se producen en adolescentes altos y flacos, con una mayor incidencia en hombres que en mujeres. Al examinar el pulmón de estos pacientes se observan blebs que son pequeñas ampollas de aire, de entre 8mm a 1 cm de diámetro ubicados, la mayoría de las veces, en el vértice del lóbulo superior o en el vértice del lóbulo inferior. Al reventar producen neumotórax.

Los secundarios por su parte, se producen en pacientes con daño pulmonar producto de malformaciones o enfermedades tales como el asma, la tuberculosis y el daño crónico por tabaco. En ellos se ven grandes estructuras cavernosas llamadas bulas. Estas corresponden a burbujas de gran tamaño las que al reventarse, filtran una cantidad importante de aire hacia la cavidad pleural.

Los neumotórax espontáneos tienen alta probabilidad de volver a aparecer por lo que la norma americana aconseja que, en el primer episodio, solamente se realice drenaje del aire a través de un tubo. Si el cuadro se repite, es necesario extraer el pedazo del pulmón en el que se encuentran los blebs (vértices de los lóbulos superiores o inferiores). Sin embrago, en nuestro país el manejo se realiza a través de cirugía desde el primer episodio. Debido a la diversidad de nuestra geografía, es impensable dejar a un paciente en riesgo sin operar. La probabilidad de que el cuadro reaparezca en algún lugar que no cuente con la adecuada infraestructura para intervenir es bastante elevada, poniéndolo en riesgo vital.

La cirugía es simple y se hace por vía toracoscópica, de forma mínimamente invasiva. Se entra por entremedio de las costillas con pequeños trocares de 5mm que una vez adentro se dilatan al diámetro de un dedo pulgar. Por ese mismo defecto se introduce un stappler que pone una triple línea de corchetes a cada lado de la línea de corte, con el propósito de que luego de que sea retirado el segmento de pulmón no filtre sangre, mucosidad ni aire, quedando ambos extremos sellados y sin necesidad de suturas. La operación es muy simple y tiene una duración aproximada de 45 minutos. No hay sangrado ni necesidad de romper costillas. La intervención quirúrgica termina con una pleurodesis. A través de este mecanismo se logra que la parrilla costal se vuelva adherente, producto de que se quema con electricidad o se erosiona mecánicamente. Así, en caso de que reaparezca el neumotórax, el pulmón no colapsará sino que quedará afirmado de las costillas, lo que disminuye el riesgo vital.

El paciente queda hospitalizado en la UCI 24 a 48 horas post operación para poder manejar el dolor que provoca la pleurodesis. Además, se deja un tubo pleural como mecanismo de seguridad por si filtrara sangre o aire. Después de este periodo se analiza si es pertinente retirar el tubo. De ser oportuno, el paciente puede ser dado de alta, de lo contrario, pasa a pieza hasta que el cirujano esté seguro de que los riesgos post operatorios han desparecido.

La recuperación es paulatina y el niño puede volver a sus actividades una semana después de la intervención, pero con bastantes cuidados y sobre todo sin verse expuesto a traumatismos, puesto que cualquier golpe podría causarle un nuevo neumotórax. El paciente está completamente sano dentro de un mes o 45 días. Pasado este periodo puede volver a hacer deportes y una vida normal.

 

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La invaginación intestinal es una enfermedad poco común que habitualmente compromete a lactantes, aunque también se puede ver en pre-escolares y rara vez en escolares o adultos. La tasa de incidencia es cercana a 1 de cada 500 a 700 niños nacidos sanos. La mayoría de las veces los episodios aparecen entre los 6 meses y los 2 años, aunque lo más común es entre los 8 y 10 meses.

El cuadro clínico inicia cuando una porción del intestino se introduce en la siguiente avanzando y al mismo tiempo evertiéndose. Al ser este órgano un tubo elástico tiene la capacidad de contraer y dilatar sus anillos, siguiendo una secuencia que permite el avance del contenido. En esta propagación a veces se produce una descoordinación provocando que una porción “se coma” a otra. Si eso pasa en la unión del Íleon con el Ciego, es decir, en la zona que une el intestino delgado con el colon se producirá una invaginación íleo-cólica. Este mal es muy peligroso porque el movimiento continúa y la porción del íleon, que se mete dentro del colon, recibe menos sangre, tal como si tuviera un elástico apretado. El fenómeno provoca dolor intenso, del tipo cólico, por lo que los padres del niño habitualmente consultan. Luego de ser sometidos a una ecografía aparece la imagen característica de un intestino adentro del otro.

Otro tipo de invaginación es la íleo-ileal, en la que ambas porciones pertenecen al intestino delgado, que también produce cólicos, pero a diferencia de la anteriormente descrita ésta no requiere de intervención médica y en el 99.9% de los casos se solucionan por sí solas.

El cuadro de la invaginación ileo-cólica produce una obstrucción completa del intestino a nivel de la invaginación, lo que se caracteriza por:

  1. a) dolor abdominal, del tipo cólico. Viene con intervalos y se presenta de forma muy intensa, provocando llanto del menor y a veces acompañándose de palidez extrema, como la que ocurre después de vomitar.
  2. b) vómitos que inicialmente pueden ser alimentarios, pero que rápidamente se transforman en biliosos (de color verde).
  3. c) entre los períodos de cólico se puede palpar un abdomen blando, pero con una masa, que tiende a estar debajo de las costillas y no es fácil de palpar.
  4. d) hematoquezia (deposiciones con sangre) en “mermelada de frambuesas”: los lactantes presentan deposiciones con trazas de sangre y abundante mucosidad lo que da la apariencia de brillo, tal como mermelada de frambuesas.

La certificación del diagnóstico se hace en primera instancia a través de una radiografía simple de abdomen, pero hay un 25% de casos en los que a pesar de mostrar una imagen normal los pacientes sí presentan un episodio, por lo que el estudio se completa con una ecotomografía. En caso de que el tipo de invaginación corresponda a íleo-cecal, no se puede dejar progresar más allá de 24 horas porque se podría romper el colon, lo que provocaría la salida de contenido y una eventual peritonitis, agravando seriamente el cuadro.

El tratamiento en niños entre 6 meses y 2 años, que tienen un primer episodio con síntomas desde hace menos de 24 horas, consiste en el manejo médico del cuadro que busca la desinvaginación del paciente a través de una técnica neumática o hidrostática. Este procedimiento lo realiza un radiólogo con presencia de un cirujano infantil y consiste en inyectar aire o suero en forma de enema a través de una sonda, provocando que una columna empiece a empujar hacia atrás y haga que la porción vaya retrocediendo hasta liberarla del colon. Si lo logran, el niño se mejora, el dolor desaparece y en unas pocas horas puede volver a comer sin problemas. Hay que descartar que el episodio se vuelva a repetir, por lo que se hospitaliza al paciente durante 24 horas para mantenerlo en observación. En caso de no lograr reducir la invaginación se debe recurrir a una cirugía lo que sucede en el 20- 30 por ciento de los casos.

Los pacientes que no están el grupo etáreo frecuente (entre 6 meses y 2 años), o aquellos en los que después de tres intentos de reducción reaparece la invaginación, deben ser siempre tratados quirúrgicamente por tener mayor riesgo de contar con una causa específica de enfermedad como condicionante: adenopatías, malformaciones, pólipos e incluso algunos tipos de tumores. Por esto, pasados unos días de la intervención se deben realizar exámenes para estudiar la eventual causa orgánica que produjo la invaginación.

La cirugía se realiza de forma laparoscópica ejecutando una tracción muy suave con instrumental atraumático. Al operar hay una serie de escenarios posibles de encontrar y el cirujano decidirá tomando en cuenta los factores con los que se encuentra al abrir. Una de las posibilidades es desinvaginar y encontrarse con algunas porciones necróticas por lo que, probablemente, deba extraerlas y volver a unir el intestino. Además, la gran mayoría de las veces se aprovecha de sacar el apéndice. Otras veces, se intenta realizar el procedimiento con laparoscopía, pero no es posible de soltar, en ese caso, se abre la cirugía y se debe desinvaginar manualmente. A pesar de ser un procedimiento fácil y seguro puede presentar ciertas complicaciones tales como: perforación intestinal durante la reducción, peritonitis e infección de la herida operatoria.

El pronóstico de los niños tratados por invaginación intestinal es excelente siempre y cuando el diagnóstico se haga precozmente, de lo contrario, se vuelve muy grave con riesgo de muerte. Por lo tanto, ante cólico con remisión completa entre medio, vómito y diarrea con sangre y mucosidad que parece “mermelada de frambuesa” debe consultar inmediatamente.

 

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La incontinencia fecal es un problema muy complejo de abordar. Consiste en la imposibilidad de retener las deposiciones hasta llegar al baño, con pérdida involuntaria de ellas. Esta condición produce mucho sufrimiento silencioso tanto para el paciente como para la familia ya que ocasiona a corto plazo marginación social; por esto, debe ser resuelta, preferentemente, antes de que el niño entre al colegio.

El control intestinal depende del trabajo conjunto de músculos y nervios del recto y ano como también del control cerebral voluntario, para mantener cerrado el esfínter y sujetar las heces hasta que el cerebro emita la señal de relajación y las deposiciones puedan ser evacuadas en un momento oportuno(control social del intestino). El dominio de este mecanismo se logra poco después de los dos años.

En pacientes sanos, al llenarse el recto, se estimula un arco reflejo que produce relajación del esfínter involuntario, pero que es “frenada” por una orden cerebral que lo aprieta voluntariamente sosteniendo el contenido hasta que la pared del recto se acomode al nuevo volumen y deje de enviar señal. Así el niño aguanta hasta poder ir al baño.

La estitiquez corresponde a la causa más frecuente de incontinencia en niños ya que los pacientes bloquean la señal de apertura en forma voluntaria, formando un bolo fecal duro y grueso, por lo que el recto y el sigmoides (último segmento del colon, previo al ano) comienzan a llenarse de un contenido cada vez más seco y grueso debido a la extracción de agua y sal. Una vez que la feca obstruye el paso, desde el colon, aparece un contenido más líquido que escurre entre la pared del sigmoides-recto, llegando al ano, el cual se encuentra semi-abierto, por lo que el esfínter tiende a gotear o ensuciar. Esta pérdida de deposición líquida involuntaria es lo que se conoce como ensuciamiento o soiling que es la base de la incontinencia; haciendo entonces de la estitiquez, la antesala del cuadro.

Las causas de incontinencia pueden agruparse en cuatro:

  1. aquellos que tienen malformaciones ano-rectales,
  2. pacientes idiopáticos,
  3. niños con enfermedades neurológicas que les impiden controlar esfínteres y,
  4. por último, constipados crónicos, con o sin causa conocida de su estitiquez.

El primer grupo de pacientes diagnosticados de incontinencia fecal tienen como explicación del cuadro una malformación de los músculos del periné, que los hace nacer con un complejo Recto-Ano mal conformado, incluso a veces sin perforación anal. Estos corresponden aproximadamente al 10 por ciento de los enfermos. Dentro de estas malformaciones las más comunes son ano imperforado con fístula rectoprostática, o con fístula recto-perineal. En su mayoría se solucionan quirúrgicamente devolviendo al niño su anatomía y en un 70% su función de evacuación se recupera en forma satisfactoria, sin ensuciamiento.

La segunda clase de pacientes corresponde a aquellos niños en los que el origen del cuadro es idiopático, es decir, no hay una causa fisiológica en el mal, no se identifica causa, pero los pacientes tienen inmadurez en el control del reflejo, o mala percecpción del contenido fecal. Se interpreta como una inmadurez, dado que muchos mejoran en el tiempo.

Existe un tercer grupo de enfermos que son aquellos que sufren algún tipo de daño neurológico y su incontinencia se debe a la incapacidad del manejo neurológico del esfínter, debido a problemas de sensación en el recto o de ejecución del músculo. Estos corresponden a problemas medulares o cerebrales, por lo que los niños no responden a ningún tipo de tratamiento, lo que los hace muy complejos de manejar con mecanismos simples. Habitualmente, la solución es quirúrgica y si el diagnóstico se realiza precozmente no se presentan secuelas, pero el estudio previo es muy importante para brindar el tratamiento adecuado.

El cuarto grupo, el más frecuente, está relacionado con conductas viciosas en sus hábitos para defecar. La incontinencia fecal está íntimamente relacionada con la estitiquez, al desaparecer ésta, también lo hace la incontinencia. La estitiquez se trata con dieta, aumentando la fibra y el agua; con laxantes y con acceso libre al baño evitando que el menor aguante los deseos de evacuar, ya que si eso sucede, probablemente, en la próxima oportunidad experimentará dolor a causa de un bolo fecal seco y de mayor diámetro. Es de vital importancia romper entonces el círculo vicioso. El rol de los padres es de suma importancia en esta etapa ya que son ellos los encargados de generar un nuevo hábito, lo que se hace interrumpiendo el juego o la actividad que estén realizando para acompañarlos al baño. Esta rutina se debe realizar, al menos, dos veces al día durante 10 minutos, media hora después de comer, supervisando que el menor efectivamente logre expulsar las heces. Con cambio de dieta, apoyados en laxantes y sumado al cambio de hábitos en el baño, en un periodo de dos a cuatro meses debieran desaparecer los accidentes.

Un cuadro aparte corresponde a los encopresis. Este grupo no se consideran incontinentes propiamente tal ya que corresponde a niños que han sido entrenados con éxito en el control de esfínteres, pero que comienzan a ensuciar nuevamente su ropa de forma voluntaria. Normalmente, esta conducta se asocia más a problemas sicológicos que a fisiológicos, por lo que su tratamiento más acertado va en la línea de la terapia sicológica ya que hay que buscar qué es lo que le está pasando a ese niño que lo lleva a actuar de esa manera. El manejo es puramente conductual y sicológico. Los niños clasificados como encopresis se comportan de una forma distinta, responden a otros tratamientos y debieran ser analizados aparte.

El tratamiento de la incontinencia fecal es multidisciplinario. Inicialmente la madre consulta al pediatra refiriendo la situación en la que se ve envuelta su hijo. El profesional, descartando causas sicológicas, derivará el paciente a un gastroenterólogo quién intentará remediar el cuadro a través de cambios en los hábitos alimenticios, apoyado en laxantes y con entrenamiento rutinario en los procesos de defecación. Si sus esfuerzos resultan insuficientes se debe recurrir a un cirujano infantil, esto ocurre, aproximadamente, en el 30 por ciento de los casos.

El cirujano infantil revisará, en primer lugar la normalidad anatómica descartando que tenga malformaciones asociadas. Los pacientes idiopáticos que no superan la estitiquez con cambio de hábitos deben someterse a cirugía. Este procedimiento se conoce como cirugía de Malone y consiste en comunicar el apéndice al ombligo de forma tal que a través de una sonda se pueda ingresar suero directamente al colon, produciendo un episodio diarreico una vez al día, logrando que el paciente permanezca limpio y seco durante 12 a 24 horas. Otra opción para aquellos pacientes idiopáticos, que no responden a tratamiento laxante y que como consecuencia de ello presentan un sigmoides excesivamente dilatado, es sacar esta porción y conectar el colon directo al recto, esto ocurre cuando el sigma tiene un tamaño desproporcionado superando incluso, al tamaño del estómago.

Cualquiera sea el método indicado para corregir la incontinencia fecal en los menores, nunca hay que perder de vista que el objetivo final de cualquier terapia es entregar las herramientas necesarias para que el paciente se pueda mantener limpio durante todo el día, sin sufrir las dolorosas consecuencias sociales que trae asociado este mal, permitiéndole desarrollarse como un niño normal y sin problemas de autoestima.

 

 

 

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Corresponde a una enfermedad provocada por un desequilibrio en el sistema nervioso simpático que forma parte del sistema autónomo. Se caracteriza por una excesiva producción de sudor, desproporcionada para la temperatura ambiental y a la actividad física del paciente. Esto hace que sus relaciones interpersonales se vean afectadas producto de la inseguridad que conlleva el estar con la cara, manos, axilas o pies, permanentemente húmedos.

Todas las personas transpiran normalmente si enfrentan situaciones de estrés, realizan ejercicio o hace mucho calor. Esto se debe a que el sudor es el mecanismo natural que tiene el cuerpo para regular la temperatura, sin embargo, hay pacientes en los que sin importar la actividad o si hace frío o calor, secretan más cantidad de sudor que el resto de sus pares. Dicha condición puede afectar su calidad de vida ya que, quien la sufre, percibe sus manos húmedas como un problema, dificultando la vida social, personal y laboral. La necesidad de sentirse seco provoca estrés y, muchas veces, retraimiento social.

La hiperhidrosis tiene una tasa de incidencia cercana al 3 por ciento y la padecen de igual forma hombres y mujeres. Se ha estudiado que existe un importante factor genético, y por lo que podría ser una condición heredada. El paciente se hace consciente del problema, habitualmente, una vez que entra en la pubertad. Hasta ese momento recuerda sensación de humedad permanente, pero sin asociarla a problemas mayores. Un porcentaje importante de pacientes supera el cuadro cuando logran madurar y perder la ansiedad por el contacto social. Hasta entonces, la gran interrogante es cómo ayudar a un adolescente a que se desarrolle normalmente si le sudan la cara, axilas, manos y pies.

Existen diversos tratamientos cuya efectividad dependerá del grado de hiperhidrosis que tenga el paciente. En casos leves y moderados bastará con la aplicación de antitranspirante en manos, plantas y axilas. Estas sustancias bloquean momentáneamente el poro impidiendo que exude. La superficie se seca y al cabo de algunos días se descamará, momento en el que se debe volver a aplicar el producto. Otra alternativa consiste en la aplicación de iontoforesis. En la consulta del médico, el paciente mete las manos a un recipiente con agua por el que pasan pequeñas descargas eléctricas bloqueando los poros. Esta solución dura cerca de diez días, luego se debe repetir el tratamiento. La solución más efectiva y duradera es, sin embargo, la cirugía, esta se denomina Simpatectomía.

La Simpatectomía es una cirugía que se realiza con anestesia general. En ella se busca cauterizar los ganglios responsables del exceso de sudoración de la cara, axilas y palmas. Estos se encuentran en el sistema simpático intratorácico, a ambos lados de la columna. El mecanismo consiste en realizar pequeñas incisiones a nivel axilar y cauterizar la parte de la cadena simpática que regula la transpiración. La hospitalización de este procedimiento es abreviada, el paciente permanece cerca de 6 u 8 horas en el centro de salud hasta chequear, por medio de una radiografía, que no haya quedado aire alrededor de los pulmones, evitando así, una complicación tardía.

A pesar de que la simpatectomía termina con el problema social del paciente, es importante tener en cuenta que el cuerpo necesita seguir eliminando el sudor, por lo que no es infrecuente que aparezca sudoración compensatoria. Como la cirugía limita canales para transpirar, el cuerpo debe buscar vías alternativas que le permitan termo regularse en caso de fiebre o calor y, generalmente, se liberará a través de los muslos o la zona lumbar. Si bien este fenómeno es socialmente menos limitante, en un porcentaje bajo se presenta de forma severa (10 por ciento). Es necesario tener en cuenta que mientras más niveles se bloqueen en la cirugía, mayor será el riesgo de que exista sudoración compensatoria.

Si bien la corrección de la hiperhidrosis palmar y axilar no tiene mayores complicaciones, la simpatectomía facial podría incluir riesgo de padecer síndrome de Claude Bernard Horner. Su causa sería una lesión en el ganglio estrellado que afecta al nervio simpático de la cara y cuyos síntomas están caracterizados por pupilas contraídas, párpados caídos y sequedad de las mucosas faciales. La hiperhidrosis plantar rara vez es tratada quirúrgicamente ya que los ganglios que regulan la sudoración de esa zona se encuentran ubicados en la zona plexo lumbar, en íntimo contacto con los nervios que mantienen la inervación y funcionamiento automático de la zona genital, por lo que las probabilidades de dejar secuelas son altas.

Si bien los pacientes en general manifiestan mucha satisfacción después de la cirugía, es importante conversar con el cirujano infantil todas las opciones disponibles. La simpatectomía es una solución viable solo para niños mayores de 12 años que tienen juicio de realidad y reconocen porqué puede serles útil el procedimiento. Es importante que puedan definir, en conjunto con sus padres y el médico, cuán intenso es el nivel en el que la hiperhidrosis les está afectando socialmente y corregir solo ese, ya que, tal como se mencionaba, mientras más zonas se bloqueen, mayor será el riesgo de que exista sudoración compensatoria por otras vías.

 

 

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La hernia es la protrusión o salida de parte de un órgano de la estructura anatómica que normalmente la contiene. Dentro de la infancia la más frecuente es la umbilical por la que sale contenido abdominal, a través de un defecto de la pared en el lugar donde debiera estar la cicatriz del ombligo. Esta se produce porque el tallo umbilical, que es donde se implantaba el cordón en el abdomen del feto, es una zona más débil que el resto de la pared abdominal. A veces, ésta no termina de cerrar adecuadamente y aparece una hernia que se manifiesta en forma de ombligo inflado cada vez que el pequeño hace fuerza con el abdomen.

Muchos niños desarrollan hernia durante los primeros meses de vida debido a la fuerza que hacen fuera del vientre materno. Cada vez que el niño realiza fuerza al mover las piernas, gritar, tratar de girar e incorporarse o incluso levantar la cabeza, aumenta la presión intraabdominal, haciéndose evidente el abombamiento del ombligo producto de una malformación.

La hernia del lactante habitualmente se cierra de manera espontánea antes de los cuatro años, pero hay veces en que el tamaño del defecto es superior a 1.5 centímetros de diámetro, pudiendo introducir un dedo completo en el orificio lo que permite tocar los costados de la pared abdominal. En esos casos está comprobado que la hernia no va a cerrar jamás y hay que operar para evitar que salga contenido. De lo contrario, y si se trata de un caso común el tamaño aumentará en los primeros meses de vida para luego iniciar su disminución y cerca de los tres años desaparecer por completo.

El tratamiento consiste en esperar su desaparición y sólo si es que los niños refieren dolor vago en la periferia del ombligo después de comer o de hacer deporte, o si es que persistiera más allá de los seis años en las niñitas u ocho años en los niños, se debe plantear la cirugía como una necesidad para evitar complicaciones en el futuro; complicaciones que están relacionadas sobre todo a las niñitas, que en la adultez podrán embarazarse y la hernia se transformará en un problema porque va a crecer excesivamente debido a la presión que experimenta el abdomen.

La operación es muy simple, casi sin cicatriz y consiste en cerrar el defecto por debajo de la piel. Se hace en forma ambulatoria y el niño debe permanecer 2 a 3 días en semi- reposo, y cerca de dos semanas sin hacer deportes. Volviendo a su vida normal a los pocos días.

Para finalizar, es importante diferenciar si la hernia es umbilical o supra-umbilical (más alta que el ombligo) dado que estas últimas siempre deben ser operadas ya que se comportan diferente porque tienden a crecer y complicarse, sin cerrarse jamás. Este defecto de malformación no es notorio desde el nacimiento, sino que se trata de un pequeño orificio que va creciendo lentamente hasta que de pronto aparece como un “porotito” subcutáneo que duele y empieza a incomodar.

 

 

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La Gastrostomía consiste en comunicar el estómago con la piel del abdomen en pacientes que tienen dificultad para tragar o lentitud para comer. Esto se debe a que tienen falta de continuidad en el tubo digestivo, es decir, tienen alguna falla que impide que pase la comida entre la boca y el estómago, entonces se recurre a una gastrostomía para poder alimentarlos directamente sin tener que pasar por la boca.

El procedimiento consiste en hacer una ventana en la pared abdominal que comunique el exterior con la cavidad gástrica. La incisión se realiza en la zona alta del abdomen, por el lado izquierdo del enfermo. El corte se estabiliza con un dispositivo especializado que puede ser una sonda o botón. Por la comodidad que significa para el paciente y el efecto cosmético, el botón es lo más usado hoy. Una vez instalado este mecanismo es fácil alimentar al niño ya que sólo basta con conectar una manguera al botón y, a través de ella, pasar comida casera molida mediante el uso de una jeringa. Con este sistema, darle la comida demora cinco minutos, en cambio, por la boca, si es que no quiere comer, no tiene apetito o le cuesta tragar, puede ser una tarea de todo el día.

Para ser candidato a una gastrostomía el paciente tiene que cumplir con dos requisitos:

  • Tener una enfermedad demostrada que produzca dificultad para tragar, tal como estrechez del esófago, tumor en la garganta; una enfermedad neurológica que impida el movimiento normal del esófago como la acalasia, parálisis cerebral (probablemente la más frecuente) y malformaciones como la atresia esofágica.
  • Tener un compromiso o una alteración en el crecimiento del niño.

 

Existen varias formas de hacer una gastrostomía, pero la más utilizada es la microscópica percutánea. Esta consiste en introducir un endoscopio por la boca hasta el estómago y, mirando desde adentro hacia afuera, iluminar. Desde afuera se ve la luz, y en ese lugar se pincha para pasar una guía flexible, que el endoscopio lo saca por la boca, desde ahí se engancha la sonda y se le hace salir hacia afuera. Es una maniobra que dura un par de minutos en manos hábiles, y que tiene un porcentaje de complicaciones extremadamente bajo.

El tiempo de permanencia de la gastrostomía en el paciente es variable y depende de la enfermedad y de la respuesta. Una vez que extraemos el mecanismo la herida cierra en cuestión de 24 horas, lo que es un beneficio, pero también un riesgo ya que si se sale accidentalmente, mientras el niño duerme, hay que acudir al hospital lo antes posible para volver a ponerla. Estos episodios no son frecuentes, pero es un riesgo del que los padres deben estar advertidos para saber cómo actuar. A veces ocurre que la sonda debe permanecer para siempre, sin embargo, los plazos nunca son menores a dos meses. Desde eso, hasta toda la vida. Si el tiempo que se calcula que va a durar la estrechez del esófago es menor a dos meses, se opta por la sonda nasogástrica. Por ejemplo, si someten al niño a una cirugía que conlleva hinchazón y le va a doler tragar, la alternativa es colocar una sonda para arreglar la situación puntual, pero si se calcula que va a estar dos meses alimentándose a través de ese mecanismo es mejor una gastrostomía. Al retirar el mecanismo, la herida sanará sola, pero en un grupo menor de pacientes el corte puede seguir filtrando durante uno o dos meses. Si vencido ese plazo no cicatriza la incisión conviene cerrarla de manera quirúrgica y no seguir esperando a que suceda de manera espontánea, pues ya se considera una fístula gastrocutánea.

El manejo habitual en la casa no duele y para el niño es absolutamente indiferente tener el botón o la sonda. Para alimentarlo se van pasando jeringas de 60 cc hasta completar 250 cc de la comida que quiera. Después, al terminar, hay que pasar un poco de agua para lavar el trayecto y que no queden grumos. Todo tiene que ser muy bien licuado para que las partículas que pueden obstruir la sonda no entren en el tubo, ya que podrían atascarse y tapar la sonda. Además, se debe procurar no sumergir al paciente, ni en la tina ni en la piscina, ya que a pesar de que las gastrostomías se suponen herméticas, siempre puede existir el riesgo de que no lo sean completamente. El niño, aparte de eso, puede hacer una vida normal que incluye deporte.

Una vez que se hace una gastrostomía vale la pena discutir la necesidad, o no, de una cirugía protectora del reflujo por el riesgo de que este aumente producto del procedimiento. La idea ha dominado durante mucho tiempo el consciente médico, sin embargo, y a pesar de aumentar los episodios de reflujo, medidos a través de la acidez esofágica, así como también mediante la actividad eléctrica del estómago y el cardias (esfínter que regula la entrada al estómago) se ha comprobado que la gastrostomía no produce un agravamiento del cuadro a un rango patológico, excepto en un grupo minoritario, menor al 10 por ciento. Esto confirma que es innecesario agregar una cirugía de este tipo cuando se realiza una gastrostomía.

 

 

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La estenosis hipertrófica del píloro (EHP) es un cuadro adquirido en el que, por una causa desconocida, se produce hipertrofia del músculo que permite el paso desde el estómago al duodeno, produciendo una obstrucción. Se da en niños durante el primer mes de vida y hasta la fecha su tratamiento es quirúrgico. La incidencia de este cuadro aumenta en niños primogénitos, de sexo masculino y en aquellos con antecedentes familiares.

Los síntomas de la EHP se inician alrededor de la segunda semana de vida cuando el lactante comienza a vomitar abundantemente de forma cada vez más seguida, sin embrago, después del vómito no queda aletargado, sino muy por el contrario, hambriento. Este cuadro, a la tercera semana, pasa a ser clínicamente importante debido a que el niño se desnutre y deshidrata producto de que el alimento no puede descender del estómago al intestino porque el píloro está completamente contraído obstruyendo el paso, por lo que, para vaciarse, el estómago devuelve hacia arriba. La diferencia entre la estenosis hipertrófica del píloro y el reflujo es que, en el último, el líquido que sale desde el estómago, el niño lo regurgita (sale pasivamente), en cambio, en el cuadro de EHP el vómito sale en forma de proyectil, utilizando la fuerza abdominal.

Habitualmente la historia clínica se hace sospechosa cuando un niño, que no ha tenido fiebre, vomita mucho, pero se ve bien y queda con hambre. El aspecto del vómito es claro, mucoso con leche, pero nunca bilioso. En un 20% de los casos puede contener sangre fresca con coágulos. El cuadro se desarrolla a partir de las dos semanas y hasta el mes o mes y medio de vida, aunque en los prematuros este plazo se puede ampliar porque el inicio de la vida se adelanta, pudiendo aparecer la estenosis a las 6 u 8 semanas. La EHP no tiene una causa específica, pero se ha descrito como una inmadurez metabólica del píloro y, también, producto de un gen que impide a aparición de la enzima productora del óxido nítrico, responsable de la relajación de este músculo.

El niño no puede subir de peso por lo que sus padres consultan al pediatra, quién, en un inicio, probablemente, cambiará la fórmula de leche, pero el lactante no mejora y, por el contrario, empeora. Un retraso significativo en su diagnóstico puede llevar a una deshidratación severa y un infante aletargado producto de la desnutrición, además, su peso se estaciona y, a menudo, disminuye a niveles menores de los que tenía al nacer; la piel se arruga y desaparece el tejido adiposo subcutáneo. El estado general se deteriorará rápidamente.

El diagnóstico clínico se realiza mediante la palpación del píloro del lactante. Es necesario que el niño se encuentre relajado, para lo cual se puede administrar una pequeña cantidad de leche, agua con azúcar o, simplemente, un chupete. El objetivo es palpar una masa abdominal lisa, firme y móvil, correspondiente a la musculatura engrosada del píloro. Ésta se ha descrito como una “oliva” cuyo diámetro es de 1 a 1.5 cms. y tiene una longitud cercana a los 2 cms. También, la imagen puede ser vista a través de una ecografía abdominal, lo que certifica la presencia del cuadro.

Si bien en primera instancia el tratamiento consistirá en resolver la deshidratación del menor, su solución definitiva es quirúrgica y se denomina piloromiotomía. Antiguamente, esta se realizaba con cirugía tradicional con incisión en el abdomen, buscando devolver la permeabilidad al píloro a través de una divulsión, la cual permite a la mucosa reaparecer por debajo del músculo hipertrofiado. Actualmente, el procedimiento es laparoscópico y consiste en introducir una cámara a través del ombligo y, mediante dos puertos auxiliares de 3milímetros de diámetro, separar las fibras musculares hasta desobstruir el canal y permitir que la mucosa reaparezca con permeabilidad para restablecer el paso desde el estómago hacia el duodeno.

Independiente de cual sea la técnica quirúrgica utilizada, el paciente prueba tolerancia oral 4 horas luego de haber salido de pabellón, realimentándose, habitualmente, en un esquema progresivo con aumento entre 10 a 20 cc en cada toma hasta lograr alimentación completa por boca (full feed). En ese momento se puede ir a su casa lo cual se consigue entre 24 a 36 horas después de la cirugía. Cabe destacar que los vómitos no desaparecerán de forma abrupta y es completamente normal que el niño presente vómitos ocasionales hasta 48 horas después de la operación, teniendo en cuenta que mientras peor haya sido la deshidratación, más tiempo pueden persistir.

Las complicaciones de la piloromiotomía consisten en la perforación de la mucosa, por lo que es de suma importancia que el procedimiento sea realizado por un experto. Además, post cirugía puede aparecer recidiva, aunque es poco frecuente, y tiene una incidencia del 1% .Se considera que el cuadro ha reaparecido si pasadas 4 a 6 semanas desde la cirugía el niño vuelve a tener vómitos con las mismas características del diagnóstico original, en ese caso se debe volver a operar.

Generalmente, luego de la cirugía, los pacientes se mejoran. A los dos días vuelven a tener una dieta normal y recuperan el peso perdido cerca de los 10 días. En adelante, y gracias a un tratamiento eficaz, seguirán un desarrollo completamente acorde a su edad.

 

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Se entiende por estenosis cualquier estrechamiento de un conducto que puede tener una causa congénita o adquirida. En el caso de la estenosis de la vía aérea la constricción se produce en algún punto de la tráquea, habitualmente por debajo de la laringe.

La tráquea es un tubo flexible, compuesto de tejido cartilaginoso, que posee entre 17 a 20 arcos los que puestos ordenadamente hacen que la pared posterior solo contenga músculo, conformando la pared membranosa.

Los casos de estenosis traqueal congénita son bastante infrecuentes, con una incidencia que se estima de 1 cada 64.000 niños nacidos vivos. Sus causas están dadas por la presencia de un número variable de anillos traqueales completos que estrechan el paso del aire a través de este lumen o tubo, ocasionando dificultad respiratoria en diferentes grados o, también, por una malformación que un 50 a 70% de los casos tiene asociada alguna otra malformación, generalmente, cardiovascular que se produce en etapas tempranas de la gestación.

Su clasificación, según Antón-Pacheco se divide en leve, que corresponde a un 31 por ciento de los casos y se presenta de forma asintomática; moderada, con una incidencia de 46 por ciento de los pacientes que no tienen dificultad respiratoria y, finalmente, las severas que ocurren en el 23 por ciento restante, quiénes presentan dificultad para respirar desde el nacimiento.

La corrección de la estenosis congénita va a depender de lo severo del cuadro y de las malformaciones asociadas. Frecuentemente, necesita de circulación extracorpórea para repararla.

La forma más común de la enfermedad es la adquirida. Esta se produce como consecuencia de una intubación o traqueostomía. La herida que deja el tubo en la tráquea, producto del apoyo, comienza a cicatrizar provocando un estrechamiento del lumen que impide al paciente respirar de forma adecuada. Dependiendo del grado de constricción que presente la tráquea se clasifica el nivel. La escala más utilizada es la del doctor Cotton, que establece cuatro categorías.

Grado I: 1-50% de reducción del diámetro

Grado II: 50- 70% de disminución del diámetro

Grado III: Entre 71- 99% de estrechez del diámetro

Grado IV: 100%. Es decir, la tráquea en esa porción se encuentra completamente cerrada.

Las estenosis de tipo I y II generalmente son de diagnóstico accidental ya que no tienen síntomas asociados. En cambio las de tipo III o IV deben ser tratadas debido a que provocan dificultad respiratoria producto de un estrechamiento significativo de la vía aérea. Un paciente diagnosticado de grado III probablemente se agrave con un resfriado ya que cualquier hinchazón de la mucosa provocará una disminución aún mayor del diámetro traqueal lo que traerá consecuencias graves en el flujo respiratorio.

El tratamiento es quirúrgico y existen diferentes técnicas para su reparación dependiendo del grado diagnosticado, sin embargo, las I y II generalmente no se tratan. Las cirugías más utilizadas son el injerto de cartílago y la resección laringo-traqueal.

Injerto de cartílago: Se abre la tráquea en la zona estrecha, resecando el tejido cicatricial, luego se inserta un tubo del calibre necesario para reparar el daño. Producto de esta intervención queda un defecto que se asemeja a la figura de un bote en la zona que estaba estrecha. Para solucionarlo, se tapa con un injerto de cartílago extraído desde las costillas que se sutura sobre la tráquea verificando que no exista filtración de aire.

Resección laringotraqueal .Es una cirugía mayor ya que consiste en la resección de gran parte de la zona estrecha de la tráquea. Puede ser parcial o completa, dependiendo de la cantidad de tráquea extirpada. En los casos completos se extrae toda la parte superior del tubo y, la parte baja que se encuentra en el tórax, se estira para suturarlo a la laringe. En caso de que el trayecto no sea del largo necesario se puede soltar la laringe para bajarla hacia el tórax o bien, soltar los hílios pulmonares (el origen de los pulmones) para llevar el bloque del corazón y los pulmones hacia arriba.

Los pacientes con diagnóstico de estenosis adquirida, generalmente quedan traqueostomizados y el éxito de la cirugía se mide en el porcentaje de decanulación, es decir, independizarse de la traqueostomía después de la reconstrucción. Con la selección apropiada del tratamiento entre el 70 y 95 por ciento de los pacientes logran este objetivo. Si el diámetro traqueal queda de una amplitud adecuada, confirmado mediante una broncoscopía rígida se retira el tubo y el paciente retoma su vida habitual. A veces, no está claro si el diámetro quedó estable o si la herida volverá a cicatrizar obstruyendo el lumen traqueal por lo que se deja traqueostomía de protección dos o tres semanas más. Si no se logra comprobar el éxito del procedimiento el paciente queda traqueostomizado.

Una adecuada prevención y el diagnóstico precoz logran que el pronóstico sea excelente, con un índice de mortalidad que varía entre el 3 y el 7 por ciento. La estrategia consiste en descartar estenosis en cada uno de los pacientes que hayan sido intubados recientemente, por periodos superiores a los 15 días, y que tengan estridor o dificultad para respirar una vez que se haya retirado el tubo.

 

 

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La biopsia pulmonar consiste en un procedimiento mediante el que se obtiene una pequeña porción de tejido del pulmón que luego es analizado bajo el microscopio. Su utilidad es netamente diagnóstica y se requiere para confirmar o descartar algún tipo de cáncer, así como también, enfermedades de origen micótico dentro del pulmón e, incluso, algunas patologías en las que el comportamiento clínico podría corresponder a dos o más opciones y los exámenes a través de imágenes no son suficientes para determinarla.

El primer paso consiste en realizar un escáner al paciente. El cirujano, a través de las imágenes, puede determinar qué porción pulmonar es la más adecuada para extraer, eligiendo algún territorio que esté comprometido y cuya muestra pueda ser significativa para la confirmación de la enfermedad que se sospecha.

Una vez que se ha determinado qué tejido se va a extraer, el paciente es llevado a pabellón. Ahí recibe anestesia general y se somete a un procedimiento mínimamente invasivo a través de toracoscopía. El cirujano realiza pequeñas incisiones mediante las que introduce una cámara y el instrumental necesario para retirar la porción pulmonar que será estudiada.

Cuando el cirujano logra entrar a la cavidad pleural debe generar un neumotórax en el paciente. Este se logra insuflando CO2 a través de una máquina con el objetivo de que el pulmón se contraiga, producto de la presión ejercida por el aire y, así, poder ver y maniobrar con mayor facilidad en el tórax.

A fin de poder extraer el segmento requerido, el médico puede optar entre diversas técnicas. Una de ellas consiste en introducir un endoloop, que se asemeja a un lazo preformado en una varilla. Una vez adentro, se estrangula la porción requerida y se retira por la misma herida por donde se introdujo el endoloop. Otra de las alternativas es meter un stappler que pone una triple línea de corchetes a cada lado de la línea de corte, con el propósito de que luego de que sea retirado el segmento de pulmón no filtre sangre ni aire, quedando ambos extremos sellados y sin necesidad de otras suturas. Independiente de cuál sea mecanismo escogido, una vez realizado el procedimiento se debe sacar una radiografía de tórax para comprobar que el pulmón se haya expandido completamente después del neumotórax.

Si bien es un procedimiento simple, el paciente debe permanecer internado entre 48 y 72 horas puesto que la herida requiere de un drenaje por donde se elimine el líquido serohemático que filtra desde el lugar de la incisión. Este líquido, formado por suero y sangre, cae a un recolector hermético, evitando que entren bacterias al espacio pleural.

Una vez que deja de salir el fluido el paciente es dado de alta, aunque debe permanecer dos semanas sin realizar actividad física.

El resultado de la biopsia, habitualmente, es indispensable para iniciar o modificar el tratamiento de la enfermedad de base.

 

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